27 de junio de 2010

Carta a una semana

Querida Semana,

Semana intensa, no es que haya hecho muchas cosas pero ha sido intensa. Si alguien conoce a quien creó la salud y la enfermedad, que me lo diga, tengo cuatro cosas que decirle a la cara.

Ahora queda otra semana, ésta más intensa si cabe. Llegan otras dos despedidas, Jaione y Samantha se vuelven tras un erasmusico año en mi uni. No se van lejos, y Jaione se va con billete de vuelta, pero no dejan de ser dos despedidas. Bueno, las relataré en posteriores entradas.

Además, el día 5 examen de los malditos Estudios Culturales. No entiendo cómo mi asignatura favorita es la que más me cuesta... grrr.... Pero aprobaré, ¡lo sé!

Os dejo con un video bonito, ¿quién no ha necesitado alguna vez uno?




Edurne (Edi)

21 de junio de 2010

Carta a una nota

Querida nota,

"En el templo, hay un poema titulado pérdida, esculpido en la piedra. Tiene tres palabras pero el poeta las ha tachado. No puedes leer pérdida, solo sentirlo."



Edurne (Edi)

20 de junio de 2010

Carta a un día de 46 horas

Querido Día de 46 horas,

Sí, el sábado empezó ayer y termina hoy tras haber dormido únicamente dos horas. O quizás el domingo empezó ántes de tiempo. Qué más da.

Si bien odio los días se empiezan a alargar, comienzo a encontrar breve el tiempo que paso con algunas personas. Como sabéis, para mí las vacaciones son un horror, y las de verano mucho más aún. Pero pese a sus muchos aspectos negativos, un aspecto muy positivo es que dejas de ver a las personas que te desagradan; o al menos las dejas de ver por un tiempo.

El asunto no se equilibra, la balanza no siempre está en el 5. A medida que el reloj corre, va llegando el momento de que algunas personas vuelvan a sus casas; y tristemente, a la mayoría no volveré a ver en mi vida. Un placer haber disfrutado con ellos (¡desde luego!) y mi cara no es ni mucho menos triste cuando me acuerdo de ellos, pero algunos no pueden pedirme que no se me escape alguna lágrima cuando les digo adiós, o cuando se lo tenga que decir próximamente.

Está siendo un mes raro. Junio ha sido raro. Antaño ardía en deseos porque llegase este mes para terminar el colegio y poner tierra de por medio durante un par de meses o tres. En cambio Junio del año pasado lo recuerdo con nostalgia pues no quería terminar el colegio (contradictorio, ¿eh?) y me daba muchísima pena despedirme de tantas personas que formaban mi vida, alrededor del 70% de las personas que la formaban siguieron por un camino diferente.

El caso es que este año, más de lo mismo. Casi sin darme cuenta he llegado a la mitad de mi etapa universitaria. Parece que fue hace tres meses cuando madrugué como nunca para coger un autobús en una parada tétrica y oscura, Noemí me esperó para acompañarme a clase y me encontré antes 104 personas desconocidas. Añoraba el colegio como nunca, por cierto.

Junio está siendo raro, no cabe duda. Y los días de 46 horas lo son más aún. Pero ha merecido la pena, me lo he pasado muy bien el fin de semana :D muy muy bien!

Ahora me voy, me voy a la cama. 46 horas despierta no son sanas. Me voy antes de que empiece a decir cosas que sólo el alcohol justifica.

Edurne (Edi)

12 de junio de 2010

Carta a un Relato

Querido Relato,

Fue en aquella tarde cuando se enfrentó a ese pasado que estaba más cerca de lo que ella misma podía imaginar. ¿Habían pasado horas? ¿Días? ¿Meses? ¿Años? De lo que sí estaba segura era de que había pasado una eternidad desde que apoyó los antebrazos en el alfeizar de la ventana de su habitación, y la frente en el cristal. Se veía toda una calle por la que había paseado cientos de veces, las tiendas de toda la vida y los vecinos que vivían ahí desde siempre. Pero su mirada señalaba hacia un único punto.


Era el último árbol de la calle, junto a la esquina. Durante casi dos décadas había sido un simple árbol más entre los cerca de cien árboles que había en la calle. Pero un día, dejó de ser un árbol para pasar a ser el árbol.


Aunque se conocían de tiempo atrás, en esa esquina y junto a ese árbol empezaron a conocerse de otra manera. Ese era el punto de encuentro, eran incontables los minutos que había pasado esperándola junto a ese árbol; casi tan incontables como interminables. Allí, cuando ella apoyó su espalda en el árbol, se besaron. Y tras ese primer beso, vino el segundo, el tercero, los de despedida e incluso los de sorpresa. Desde entonces la única vista desde esa ventana era el árbol, lo miraba esperando a que por sorpresa él apareciese y la esperase junto a él.


Pero aquel beso sabía distinto. Apoyó la espalda e inclinó la cabeza hacia atrás hasta que se chocó, mientras él la agarraba con una mano por la cintura y con la otra se apoyaba en el árbol; tal vez con el miedo de que algún día ninguno de los dos estuviesen en ese mismo lugar. Ese beso sabía distinto. Dicen que el beso más difícil no es el primero sino el último, pero afortunadamente para ese instante, ninguno de los dos sabía que era el último.


La ventana también pasó a ser una ventana muy especial. Cada mañana al levantarse apoyaba primero las palmas de las manos y se inclinaba en tensión para mirar la misma vista de cada día, y después apoyaba los antebrazos y juntaba las manos cruzando los dedos para seguir mirando con la frente apoyada en el cristal. Sin embargo, esa mañana no había llegado al momento de apoyar los antebrazos. Había algo distinto en el árbol. No eran más que cinco letras: TE AMO. Alguien las había pintado con pintura de color rojo. Ella sabía que había sido él porque ¿quién podía ser sino? Entonces una lágrima cayó de sus ojos y mojó su mano izquierda, que justo en ese momento se la llevó a la boca para tapar su sonrisa.


Primero pasaron días, después semanas, y después meses. Él no había vuelto. Cada día por la mañana se levantaba y veía esas cinco letras que a ella le encantarían gritarlas por la ventana y que todos los que caminaban junto a ese árbol se enterasen. Pero ni el grito más fuerte ni más alto era suficiente para demostrar cuánto lo amaba.


La ilusión se había ido perdiendo poco a poco. Algunos días se levantaba con la esperanza de que él la estuviese esperando con la mano apoyada en el árbol, con una mirada sugerente se besasen y recuperasen el tiempo perdido; y después hacer el amor, quizás junto a ese árbol, quién sabe. Otros días miraba por la ventana casi por casualidad, recordándose a sí misma que los buenos recuerdos del pasado están a salvo en la memoria y jamás se volverán a repetir.
Ese viernes por la mañana, ya no había cinco letras de color rojo. Alguien había cogido la misma pintura roja y las había tapado. ¿Habría sido él? ¿Habría dejado de amarla? No encontraba explicación para lo que veía, y su mente era un cúmulo de preguntas y respuestas que se entrelazaban entre sí. Lo único que sabía es que el árbol tenía una mancha de color rojo, como si alguien le hubiese hecho daño y estuviese sangrando, exactamente igual que su corazón aunque éste alcanzaba el punto álgido en el que deja de doler tras haber sentido tanto dolor.

Apoyó las manos, después los codos. Su pelo creció y pasó a ser de color blanco, las arrugas llegaron a su cara, sus manos y después su cuerpo entero. Tras un año vino otro y después el siguiente. Casi todo había cambiado en ella menos la mirada, que seguía mirando hacia el mismo sitio, y la esperanza, que ni siquiera ocupaba el último lugar en la cola de los sentimientos que se pierden. Había perdido la noción del tiempo, qué importaba cuánto tiempo había pasado.


Entonces apoyó la mejilla en los antebrazos, y después cerró los ojos. Y durmió sin que sus ojos volviesen a despertarse más. Murió con la duda de si lo que había ocurrido era parte de la realidad o la imaginación le había vuelto a traicionar. Lo hizo como dicen que mueren los que han amado mucho.



Edurne (Edi)

8 de junio de 2010

Carta a Renacer

Querido Renacimiento,

Si pudieseis volver a nacer ¿quién seríais?
Yo lo tengo claro, sería yo misma.

Después de la tempestad llega la calma.
Menos mal que al final las cosas se arreglan y todo mejora, menos mal.


¿Qué os parece la foto?


Se despide de vosotros,
una que ha aprobado todo 1º de carrera :)


Edurne (Edi)

2 de junio de 2010

Carta sin palabras

Querida carta sin palabras,


En realidad, siempre parece que no hay palabras para expresar lo que sentimos, aunque quizás sí para decirlo. Porque hablar es más fácil que expresar. Y decir es más que hablar. A veces hablamos mucho y no decimos nada, y otras expresamos en palabras y no hablamos. Es enigmática y necesaria la relación entre el decir y las palabras. Decir palabras es mejor que decir con las palabras, porque éstas no son simples instrumentos o medios. Todo esto para subrayar que en muchas ocasiones me veo desbordada por lo que no sé cómo definir. Y pienso que, quizá, decir consista en ese desbordamiento.

Me gusta que decir me supere y no se deje recoger ni reducir a un puñado de palabras. Me gusta que las atraviese, las borre, las lance, las utilice. Sí, las utilice. Tal vez decir sea reconocer que, en última instancia, no tenemos palabras. Ni nos parecen, ni las poseemos, ni son en rigor nuestras. Las usamos y ellas también nos usan y abusan de nosotros.

Sin embargo, deseo decirlo, deseo decírtelo. A lo mejor lo más sensato es recurrir a las palabras que conozco, a las expresiones más sencillas y habituales y, sin grandilocuencias y lejos de tono pretencioso, hablarte. Pero no me resulta fácil. Enseguida me trato de explicar, de corregir y paso a precisar. Y, si me descuido, a discutir o al menos debatir. Acaso sea ésta una buena salida, conversar. Entonces ya no tendré que decirlo yo. Lo que sea se dirá a través de lo que digamos cada uno de nosotros. Eso me anima.

Pero hoy quería decir algo muy personal. No sé si será una noticia. Quizá. Y tal vez debiera intentarlo. Voy a hacerlo. Te deseo decir que sin ti no sé decir. Suena a que no sé vivir. A lo mejor es eso.

Siempre que pienso que tengo que hablar con alguien es porque, si se trata de algo realmente importante, no hay modo de decírselo. Encuentro inadecuada cualquier expresión por más que ensaye o prepare el argumento. Es como si sólo en ese instante nacieran las palabras, como si hubieran de inventarse para la ocasión, como si sólo fueran ellas en el momento mismo en que se encontraran en esa tesitura y se alumbraran.

Incluso diría, como si no valieran de una vez por todas. Aprender a hablar en cada ocasión es sentir la emoción de una primera vez, de lo que nunca antes dije. Al decírtelo, aprendo a decir. Pero no valdrá ninguna otra vez. No tengo palabras. Me vienen de ti.

Edurne (Edi)

1 de junio de 2010

Carta a un "Γεια σου"

Querido "Γεια σου",

"Goodbye", "agur", "adiós", "au revoir","Γεια σου", seem to be the hardest words.
Y lo son. Son las palabras más difíciles. Quien nunca haya llorado en una despedida es que no es una persona.

Ayer sí que sí, ayer fue la despedida definitiva. Mariso ha vuelto a su país.
¡Cuánto la echaré de menos! Es la primera en irse, después les toca al resto.


Recuerdo cuando nos conocimos y antes de que me diese tiempo a decirle 'hola', se tiró a darme dos besos diciéndome: "¡¡Hola soy Mariso erasmus de Grecia, ¡¡encantadaaaaaaa!!" Con una enorme sonrisa, la misma con la que la he visto durante los meses que ha estado aquí.


Ahora jamás escucharé desde la otra punta del pasillo: "¡¡HOLA CHICASSS!!", ni descubriré lo más profundo de la vida Erasmus, ni tantas cosas que no puedo describir porque Mariso es un libro abierto, una caja de sorpresas y un auténtico personaje!


¡Cómo la echaré de menos! Porque estar con Mariso es sinónimo de estar alegre, de reirte y de estar positivo. ¿Alguien ha visto alguna vez a Mariso triste o enfadada?


Mariso tiene una forma muy peculiar de estar en este mundo, que espero que nunca cambie.
Como me dijo ayer, "Ésto no es un adiós, es un hasta luego."
Y así es.

¡Hasta luego Mariso!

Edurne (Edi)











[PHOTOS]: Mariso y yo. Después Jaione, Mariso, Samantha y yo, y por último Jaione y yo.
Perdonad mi cara de sueeeeeeeeeeeño.... madrugar a las 5'30h no es del todo bueno...
Pero no importa, ¡¡os quiero!!

Carta a un Flashback

Querido Flashback,

Dicen que los recuerdos están en nuestra mente y que recordamos los más selectivos, bien sea por buenos o por malos. Los recuerdos están bien en nuestra mente, ahí están a salvo y no hay necesidad de sacarlos al presente o nos convertiremos en un recuerdo andante.

Ayer tuve un flashback, es decir, un rato en el que volví a una etapa de hace varios años. Por momentos creí que volvía a tener 15 o 16 años, que volvía a estar perdida, que el final estaba más cerca de lo que yo misma me creía. Volví a tener miedo, a tener dudas, a estar enfadada y nos saber con quién.

Pero con la misma rapidez con la que se va al pasado con un flashback, se vuelve hacia el presente. Y ahora, no con 15 ni con 16, sino con 19, comprendo y acepto que no me importa dar un paso hacia atrás si eso equivale a luego dar cinco pasos hacia delante.

A veces necesito volver al pasado para valorar el presente. Es una buena terapia. Sobre todo si se hace en buena compañía.

Edurne (Edi)