9 de marzo de 2013

Carta a esas Mentes

Queridas Mentes,

Hace ya 10 días que me estrené como profesora de adolescentes quinceañeros. Miro a esas personas que se sientan en esos pupitres viejos y estropeados, y veo a las futuras mentes del mañana. Científicos, médicos, filósofos, atletas, empresarios, camareros, actores, profesores... Mentes que resolverán enigmas, dudas y problemas, encontrarán la cura para enfermedades o incluso sabrán la clave de la inmortalidad. Y porqué no, también son los futuros asesinos, delincuentes, violadores y terroristas. Pero por ahora ellos no lo saben.

Pero ya hace años que dejé de ser como ellos, exactamente desde que salí por la puerta de aquel mismo colegio. Encontré la realidad, un mundo lleno de mentiras y engaños, de corrupción a todo nivel, hipocresía y pintura de galería, sonrisas forzadas. Lo peor fue encontrarme con que todo aquello se ocultaba bajo una palabra: normalidad. No existe otra realidad posible, pues a todos nos suena el despertador a las 6.30 y corremos para coger el autobús que nos transportará durante horas hacia un trabajo de último puesto y malnacido jefe.  Comer excesivas grasas a deshora y corriendo, o tener hambre forzado para poder seguir entrando en esa 38 que compramos en las últimas rebajas. Tener un hijo o ninguno, que se esfuercen otros para que la raza continúe. Colegios convertidos en cárceles de niños cuyos padres trabajan de sol a sol, y cuando no lo hacen están cansados de aguantarles y tener que educar que fumar porros o beber alcohol desde los 13 no es lo mejor. Pedir préstamos para pasar unas vacaciones en una playa llena de alemanes y holandeses, pero playa al fin y al cabo. Y cuando todo esto acabe, jubilarse con una pensión mínima, comer paella los domingos con los nietos que te exigirán una paga semanal. Hasta que un día terminemos en un asilo y como único compañero el olvido.

Dormir es un pecado. Jamás entenderé porqué no se puede desayunar gofres a las 15.00h de la tarde. Ya no quedan madres que vayan a recoger a sus hijos al colegio con un bocadillo de chocolate. Ni tampoco quedan madres que juegan a saltar a la comba con sus hijas en el parque. Los abuelos son abandonados cuando los niños ya no les necesitan, y son ahora extranjeros quienes se sientan en un banco con ellos... Les serán robadas las pensiones, las joyas, y pronto hasta su propio recuerdo. Escribir ha quedado para otros. Ni hay tiempo de soñar. Ya nadie huele la hierba mojada, ni se deshojan margaritas por miedo a arrancar un pétalo de verdad. Decir "te quiero" es lo común, pero pocos saben sentirlo.

Edurne (Edi)