20 de septiembre de 2012

Carta a una Experiencia

Querida Experiencia,

Todo comenzó hoy mismo, pero hace un año. 20 de Septiembre de 2011, primer día que pisé Swansea para vivir 10 meses de Erasmus.

Llevaba años queriendo vivir la experiencia Erasmus, vivir en otro país, conocer diferentes culturas y costumbres, gente de otros sitios y claro, perfeccionar el idioma. Si todo era una aventura, había que sumarle que iba sóla, nadie de mis compañeros ni de mi universidad habían elegido ese destino.

Recuerdo la cuenta atrás, ¡conté los días hacia atrás desde 101! Veinte kilos de maleta, más la de mano, con todo lo que en principio iba a ser necesario para sobrevivir al menos hasta navidades. Los últimos días venían las despedidas, los deseos de suerte, pequeños consejos y detalles que mis amigos me daban... No lo negaré, tenía miedo. Pánico. ¿Y si no hacía amigos? ¿Y si no me desenvolvía con el idioma tan bien como esperaba? ¿Y si el sitio no me gustaba? ¿Y si algo malo me pasaba? ¿Y sí...? ¿Y SÍ................?

No había vuelta atrás posible. Mis compañeros de clase ya se habían marchado, todos desprendidos por Alemania, Holanda, Suecia, Irlanda.... Otros en el mismo país al que yo iba pero a cientos (tal vez miles) de kilómetros, no para una urgencia en un momento dado. Todos habían llegado, se habían instalado, y sus sonrisas en fotos rodeados de gente dejaban claro que habían tenido un buen comienzo.

La noche de antes me escondía debajo de mi edredón, abrazándolo para que no se escapase y me dejara sóla a la mañana siguiente. Nunca he sido de reconocer sentimientos abiértamente, no podía mostrarme débil y decir que tras todo preparado y organizado, no quería ir por miedo.

Y llegó el gran día. Contacté con dos chicas que también iban a Swansea y decidimos coger el vuelo juntas (siempre es mejor perderse en compañía que perderse en soledad). Tras 4 horas en coche, tres en avión, 20 minutos en taxi y 2 horas en autobús... llegamos a Swansea. Eran las 5 de la mañana, llovía si tenía que llover, hacía frío, una estación oscura y solitaria, rodeada de desconocidos que no nos entendían. Primera impresión: horrible. Primera frase (dicha por Elena): "¿De verdad es este el sitio?". Esa frase ocultaba un "¿no podía ser peor, verdad?".

Cogimos un taxi rumbo a la casa en la que supuestamente yo iba a vivir durante esos 10 meses. Resumiré en que lo único bonito que tenía aquella casa esa la puerta de fuera: color azul brillante recién pintado. La casa era el peor antro que jamás he visto, y que probablemente veré. Cualquier parecido entre la realidad y las fotos que había visto yo por internet, era pura casualidad. Manchas de humedad, basura por todos sitios, una cocina perfectamente confundible con una pocilga, apenas había muebles, manchas de humedad... y lo peor: no había internet ni calefacción. El sótano prometía ser un lugar de dos habitaciones + baño incluído, entéramente para quien decidiese vivir ahí abajo. Creo que la definición de 'zulo' la sacaron de ese lugar. El techo muy bajo, frío, humedades... Un lugar al que no merecería la pena entrar ni para vomitar. Todo eso sin compañeros de piso, que aún no habían llegado; mientras las chicas que me acompañaban se instalaban en la casa que habían alquilado.

Sólo había una cosa que me consolaba en aquél momento: A partir de ahí sólo se podía ir a mejor. Tal vez era la primera impresión tras un largo viaje, debía darle una pequeña oportunidad a aquella situación. Otro taxi, y rumbo hacia un supermercado grande y céntrico para comprar cosas se subsistencia, tales como edredón, sábanas y toallas, un paraguas, y algo de comer para intentar abrir el apetito y no desmayarme. Con la voz encogida, decidí llamar a mi madre. Una voz de apoyo sería lo mejor en ese momento. Poco pude decirme, porque poco le conté para no preocuparla. Tras dar vueltas por ese lugar en el que no entendía nada porque todo era demasiado nuevo para mí, decidí pagar lo que había comprado y marcharme.

Ahí vino la siguiente aventura. Mi tarjeta de crédito era nueva y recién iba a estrenarla. No la había firmado por detrás, por lo que la cajera no se creyó que una personita con aquella cara de miedo, mojada por la lluvia y cansada, era portadora de la tarjeta. Llamó a la jefa de cajeras, quien a su vez llamó al encargado del supermercado en el momento, quien a su vez llamó a los guardias de policia que estaban allí patrullando. Entre tanto alboroto, mi carita les dio lástima y me dejaron marcharme tras firmar mi tarjeta por detrás. El siguiente incidente vino al salir del supermercado, cuando pitó la alarma al intentar salir. Los guardias de seguridad vinieron a mí, a registrar mi compra y registrarme a mí. Para mi suerte, todo lo que había saltado la alarma era el chip del paraguas que la cajera había olvidado quitar.

Tras todo ésto, salí de aquél lugar y me senté en el bordillo de la acera a recuperarme del shock y pensar un poco. Me acordaba de los abrazos de mis compañeros que me habían deseado suerte pocos días antes de irme. De mis tíos y primos que me deseaban lo mejor. De mis profesores que esperaban volver a verme un año después y notar mi avance en el idioma, y como persona. De mi padre, que confiaba en mí para sobrevivir allí. De mi hermano, que compartía mis nervios. De mi madre, que la dejé llorando en el aeropuerto cuando me despedí. ¡Oh! ¡Cuánto hubiese dado en ese momento porque mis amigos no me hubieran soltado de aquellos abrazos y no me hubiesen dejado irme! ¡Cuánto hubiese dado por abrazarme a la pierna de mi madre y que me hubiese llevado con ella de vuelta a casa desde el aeropuerto!

Pero eso no podía suceder. Estaba allí sóla, sentada en ese bordillo, mojada por la lluvia. No lloré porque mis lágrimas no iban a solucionarme nada. Era momento de levantarse, de solucionar aquello, de demostrarle a todo el que un día iba a leer o saber ésto, que yo soy fuerte y puedo solucionar las cosas por mí misma. No se podía decir de mí que había ido de Erasmus y por no gustarme la casa y la situación me había vuelto a España. No, no se iba a decir éso de Edurne. Jamás. El sol también está siempre sólo, y aun así no deja nunca de brillar.

Los siguientes tres días los pasé en casa de las dos chicas que habían venido conmigo. Llegar a aquella casa fue como ver las puertas del cielo abiertas tras pasar toda una vida en el infierno. Allí vivían un chico indio, un chico turco y una chica rusa. Además, había un chico letón viviendo en el salón de la casa durante dos semanas mientras hacía unos exámenes, y una chica alemana (ex inquilina de la casa) compartía habitaciñon con la rusa durante dos semanas hasta que se volviese a su país. La casa estaba bien amueblada, era grande, acondicionada con todo lo necesario, y todos me acogieron bien en ese lugar. Por otro lado, contactamos con un chico español que había llegado a Swansea esos días y estaba tan perdido como nosotras. Él vivía en una casa donde había tres habitaciones libres, pero estaba en un lugar muy muy lejos (que al poco tiempo ya se convirtió en alguien imprescindible para mí en Swansea). Yo empecé a tener apetito, volví a sonreir, contesté a todos aquellos mensajes de internet de amigos y familiares que expectantes me preguntaban sobre cómo había llegado. Y sobre todo, ya no estaba mojada por la lluvia porque el sol había salido en Swansea.

Al tercer día, una de las chicas con las que había viajado decidió volverse a España por motivos personales. Ese era mi momento: me mudaría a su habitación. Así fue. Tras unas llamadas de teléfono y un papeleo, tenía una casa nueva. Ya no vivía en ese lugar sucio, frío y repugnante. Ahora vivía con un turco, una rusa, un indio y una española (y con un letón y una alemana que estaban allí temporalmente).

Así fue el comienzo de los siguientes diez meses que vinieron después. Meses de conocer a mucha, muchísima gente, de visitar las zonas de alrededor, de compartir momentos, de hacer fiestas, risas, algún que otro llanto, fotos, cenas, mil historias, bailar salsa hasta reventar mis tacones, .... Y mil cosas que darían para blogs enteros. Le encontré encanto a aquella ciudad tranquila con gente muy amigable (tanto autóctonos como visitantes), ritmo tranquilo, todo barato y siempre algo por hacer. Entre tanto, visita de 8 días de mis padres (que luego me dicen que no les menciono) que fue muy reconfortante, dio fuerzas y llenó el estómago.

¿El final? No existe. Cuesta volver, cuesta mucho mucho volver, y sólo quien lo ha compartido conmigo entiende mi desubicación ahora. Quedan amigos y conocidos en muchas partes del mundo, Francia, Alemania, Italia, Arabia, Holanda, Noruega, Rumanía, Rusia, Turquía, India, Mongolia, Georgia, México, Israel, Austria, Camerún, Marruecos, China, Iraq, Bulgaria, Qatar, Ucrania, Nigeria, Chipre, Croacia, Sri Lanka, Estados Unidos, Ecuador, Iran, Bélgica, Brunei, Argentina, Portugal, Polonia, Letonia, Colombia, Brasil, España, Reino Unido... y qué se yo... mil sitios de donde existe alguien que compartió momentos inolvidables conmigo. No sería justo poner nombres, olvidaría muchos y no sería justo.

Aprendí a afrontar los problemas y a luchar por solucionarlos, a dejar a un lado los prejuicios, a valorar a la persona por su persona y no por el lugar al que pertenece. Aprendí muchas muchas cosas, más de lo que nunca hubiese imaginado. Aprendí de todos y cada uno de los que conocí. Aprendí de Swansea, un lugar desconocido al principio, suspendido en el tiempo, olvidado del mundo... pero en la que había la mejor gente de este planeta.

Un final que se cerraba poco a poco mientras los días pasaban, pero que de pronto, sin preverlo, buscarlo ni esperarlo, apareció una razón para volver a Swansea y seguir siendo feliz allí. Esta vez sí que hay alguien esperándome allí. Elegir vivir un Erasmus, y en esta ciudad, no podía haber sido mejor acierto. Gracias al destino, que me llevó por este camino.

En pocas palabras: Inolvidable. Única. Experiencia.
Gracias a todos los que hicieron posible que este sueño se hiciese realidad, a los que formasteis parte de este año, y a los que seguís en él para mucho tiempo, espero. Os llevasteis una parte de mi corazón, y yo os llevaré siempre en el mío.


 
 
 
Edurne (Edi)

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