2 de junio de 2010

Carta sin palabras

Querida carta sin palabras,


En realidad, siempre parece que no hay palabras para expresar lo que sentimos, aunque quizás sí para decirlo. Porque hablar es más fácil que expresar. Y decir es más que hablar. A veces hablamos mucho y no decimos nada, y otras expresamos en palabras y no hablamos. Es enigmática y necesaria la relación entre el decir y las palabras. Decir palabras es mejor que decir con las palabras, porque éstas no son simples instrumentos o medios. Todo esto para subrayar que en muchas ocasiones me veo desbordada por lo que no sé cómo definir. Y pienso que, quizá, decir consista en ese desbordamiento.

Me gusta que decir me supere y no se deje recoger ni reducir a un puñado de palabras. Me gusta que las atraviese, las borre, las lance, las utilice. Sí, las utilice. Tal vez decir sea reconocer que, en última instancia, no tenemos palabras. Ni nos parecen, ni las poseemos, ni son en rigor nuestras. Las usamos y ellas también nos usan y abusan de nosotros.

Sin embargo, deseo decirlo, deseo decírtelo. A lo mejor lo más sensato es recurrir a las palabras que conozco, a las expresiones más sencillas y habituales y, sin grandilocuencias y lejos de tono pretencioso, hablarte. Pero no me resulta fácil. Enseguida me trato de explicar, de corregir y paso a precisar. Y, si me descuido, a discutir o al menos debatir. Acaso sea ésta una buena salida, conversar. Entonces ya no tendré que decirlo yo. Lo que sea se dirá a través de lo que digamos cada uno de nosotros. Eso me anima.

Pero hoy quería decir algo muy personal. No sé si será una noticia. Quizá. Y tal vez debiera intentarlo. Voy a hacerlo. Te deseo decir que sin ti no sé decir. Suena a que no sé vivir. A lo mejor es eso.

Siempre que pienso que tengo que hablar con alguien es porque, si se trata de algo realmente importante, no hay modo de decírselo. Encuentro inadecuada cualquier expresión por más que ensaye o prepare el argumento. Es como si sólo en ese instante nacieran las palabras, como si hubieran de inventarse para la ocasión, como si sólo fueran ellas en el momento mismo en que se encontraran en esa tesitura y se alumbraran.

Incluso diría, como si no valieran de una vez por todas. Aprender a hablar en cada ocasión es sentir la emoción de una primera vez, de lo que nunca antes dije. Al decírtelo, aprendo a decir. Pero no valdrá ninguna otra vez. No tengo palabras. Me vienen de ti.

Edurne (Edi)

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