19 de enero de 2012

Carta a una Vida

Querida Vida,

Poco me esforcé, lo reconozco, en ser la dueña de tu jilguero el día que nos dejaste a todos. Tras aquel día, unos nos encontramos desubicados, sin rumbo, sin sentido. Algunos se reencontraron con ellos mismos al poco tiempo, otros tardaron más, y otros... bueno, otros ahí estamos.

En cambio dejaste un jilguero y un agaporni a la suerte de una rifa en la que nadie tenía boleto. Algo me decía que debía hacerme cargo al menos del jilguero, pero mis insistencias no se centraban en ese asunto. En un descuido, alguien encontró diferentes dueños sin amor alguno hacia las aves.

Tiempo después, cuando ambas aves vivían con sus nuevos dueños, desaparecieron. El agaporni abrió su jaula y se fue volando. Casi al mismo tiempo, pero a cientos de kilómetros, el jilguero desapareció. Quizás encontró el hueco ideal para hacerse con la libertad.

A mí me gusta pensar que ambos se escaparon y volvieron con su primera dueña. Pienso que ambos volaron hasta el Bosque de la Vida, y yo, estoy convencida de que vuelan entre los árboles que un día regaste, y de ese modo les sigues dando vida.

Edurne (Edi)

Y quién tuviera alas, para ser jilguero y volar hasta allí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta me ha llegado muy hondo.Lo reconozco.