7 de marzo de 2010

Carta a Palabras

Queridas Palabras,


Habían pasado ya suficientes primaveras como para tenerla olvidada. Pero sólo su mente y su corazón serían quienes podrían tener el lujo de decir basta y empezar a olvidarla. Para él era inevitable, a pesar de haber estado años ocupando la mente con cualquier absurda idea, ella volvía a su mente en los momentos en blanco.

A veces creía que había sido ayer mismo cuando le enroscaba los rizos que colgaban hasta su cintura, y otras veces creía que había pasado una eternidad desde aquel día. Había perdido la noción del tiempo, ¿habrían pasado 15 años? ¿20 tal vez? No estaba seguro de si aquel oscuro y lluvioso día de Febrero en el que puso un punto a aquella historia, había sido un punto y final o sólo un punto y aparte.

Él seguía paseando por ese parque de cesped recién cortado, y se seguía sentando en aquel poste de madera junto al arroyo. En ocasiones la veía a ella en el reflejo del agua, pero esa silueta desaparecía cuando él giraba la cara esperando encontrarla sentada a su lado. Incluso si el viento silbaba, sentía que su olor aún permanecía en aquél parque.

Para ella, todo había sido muy diferente. Sí, es cierto, lloró el día que él la llamó por la noche y puso fin a lo que pocos meses antes había nacido entre los dos. Tardó tres años en darse cuenta de que la vida se encuentra más allá del recuerdo y entonces decidió levantarse de aquel rincón y caminar. Con casi 20 años empezó a vivir cada segundo y sólo en los momentos en los que echaba la vista atrás le recordaba, pero había conseguido saltar ese bache y ese recuerdo ya sólo era eso, un recuerdo.

A veces pensaba en lo que podía haber sido y en cómo su vida hubiese sido diferente si aquella fría noche de Febrero ella no hubiese cogido su llamada. Él no le hubiese dicho aquellas frases que ella recordaba con total exactitud. Ella hubiese soltado el móvil en la mesilla, y tumbándose boca abajo hubiese dormido. Pero mirando la pantalla fíjamente esperando recibir un mensaje suyo, recibió una llamada. Y fue así como empezó la etapa de transición hacia el camino de la felicidad, eso sí, apartada de él.

La vida de ambos había llevado caminos totalmente diferentes. Ella había logrado que los recuerdos de su amor con él fuesen iguales a los recuerdos de cualquier excursión, momento, fiesta, viaje... Su mente había conseguido igualar los recuerdos que le pertenecían a él junto con los recuerdos de los buenos momentos. Porque al final de todo, él era un buen recuerdo. En cambio él la recordaba constantemente, y ella sólo salía de su mente cuando el alcohol tomaba parte, generalmente varias veces por semana.

Aquel día, decidió emprender un nuevo camino y empezar a ser feliz, rompiendo todo aquello que la llevase a sus recuerdos. Entonces encontró aquella carta, una de tantas que ella acostumbraba a meterle en el bolsillo o en algún libro, para así encontrarlas posteriormente. Se preguntaba a sí mismo cómo había sido capaz de llamarla aquella noche y perderla, perder esa sonrisa, ese brillo en los ojos, esa vida...

¿Qué habría sido de ella en estos veinte años? ¿Seguiría viviendo en el mismo sitio? ¿Estaría bien? Eso seguro, ella siempre estaba bien, siempre sonreía aunque quizás no por ganas, pero sí por no preocupar a los de su alrededor. ¿Estaría con alguien? Probablemente cualquiera se hubiese enamorado de uno de sus quince mil encantos que le enamoraron a él tiempo atrás.

Necesitaba verla o escucharla al menos una sóla vez. Si no le mataba la soledad, lo haría el alcohol. Fue así como entre temblores marcó su teléfono que aún recordaba perfectamente, y le dejó el mensaje en el contestador. "A la misma hora de siempre, en donde siempre". Ella lo entendería.

Al día siguiente, se puso su pantalón negro con camisa negra, y se perfumó como siempre. Dos horas antes, ya estaba preparado, y comenzaba a sentirse nervioso. No paraba de mirar su reloj, y le pedía al tiempo que por favor corriese hasta la hora punta, pero que se detuviese en el momento en el que se encontrase con ella.

Llegó el momento y la hora. Ella no aparecía. Se retrasaba cinco minutos, después diez, y después quince... Seguramente no habría escuchado el mensaje, o si lo habría escuchado no habría querido ir al encuentro. De pronto alguien se acercaba. Sí era ella, no cabía duda, reconocería sus pasos entre multitudes de personas caminando. Ya no tenía el pelo rizado pero con el pelo liso estaba igual de guapa. Llevaba un vestido azul oscuro y una gabardina abierta, con las manos en los bolsillos. Iba sobre tacones no muy altos, hace veinte años no había quien la subiera a unos. Los años le habían sentado muy bien pese a que ya poco había de aquella niña de diecisiete años.

De pronto se detuvo delante de él, y sus ojos comenzaron a brillar a la vez que sonreía sin abrir la boca y despues separaba un poco los labios mostrando sus dientes, pero sólo un poco. Sí, ella había vuelto. Él estaba apoyado sobre el poste de madera, como siempre hacía para estar más a su altura. Ahora uno frente al otro, en el mismo sitio que hace veinte años, tenías muchas cosas que decirse y a la vez sobraban las palabras. Ella le notaba el alcohol en la cara, pero seguía siendo guapo.

Entonces ella dio un paso adelante acercándose, y él apoyó su frente en su clavícula, mientras cerraba los ojos. Notaba su corazón palpitar y llevaba el mismo perfume de siempre; ambas sensaciones que le hacían sentirse seguro y relajado. Ella le acarició el cuello con las dos manos y le besó en la cabeza, mientras él le agarraba por la cintura. Ahora no la dejaría que se escapase nunca.

Ella había vuelto. Y él también.
No se dijeron nada en aquel parque, ni mientras perdían la cabeza entre aquellas sábanas de raso.
Sobraban las palabras.




Edurne (Edi)

1 comentario:

anähsuS dijo...

me ha gustado mucho la historia